
I. Catón el mayor, como algunos celebrasen desmedidamente a un hombre de arrojado y atrevido en las cosas de la guerra, les advirtió que había gran diferencia entre tener en mucho la virtud y tener en poco el vivir; perfectísimamente a mi entender. Militaba con Antígono un varón muy resuelto, pero endeble y flaco de cuerpo; preguntóle, pues, el rey la causa de estar descolorido, y le confesó que padecía una enfermedad oculta. El rey, manifestándole su aprecio, dio orden a los médicos para que no omitiesen nada en su asistencia y remedio; pero curado por esta diligencia aquel valiente, ya no era arrojado ni pronto en los combates, tanto, que Antígono se lo echó en cara, admirándose de semejante mudanza; él no le negó la causa, diciéndole: “Tú ¡oh rey! eres quien me has hecho menos determinado librándome de aquellos males por los que menospreciaba la vida”. A este mismo propósito dijo un Sibarita, hablando de los Esparcíatas, que no hacían mucho en morir en la guerra para salir de tanto trabajo y de tan mal trato como se daban. Mas si entre los Sibaritas, ennoblecidos con el regalo y el deleite, de los que por celo y amor de la virtud no temían la muerte podía decirse con razón que aborrecían la vida, para los Lacedemonios era acto de virtud el vivir y el morir con ánimo alegre, según aquel epicedio: Porque, según se dice, mueren éstos no reputando un bien la vida o muerte; sino el que la virtud presida a entrambas: pues ni el evitar la muerte es reprensible, cuando no se quiere vivir afrentosamente, ni el exponerse a ella es laudable, si se hace por tener en poco el vivir. Así, Homero, a los varones osados y belicosos, los hace siempre salir bien armados y defendidos a los combates, y los legisladores de los Griegos castigan al que pierde el escudo y no al que, arroja la espada y la lanza; enseñando con esto que primero es no recibir daño que causarlo a los enemigos, y que esto es lo que cada uno debe tener presente; pero en especial el que manda en una ciudad o en un ejército.
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