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24.1.12

Bécquer grafittero



Noche. Dos jóvenes pasean al azar por las desiertas calles de Toledo. Los sombríos muros del barrio conventual recogen y amplifican el murmullo de sus botines sobre el empedrado. Se detienen extasiados una vez más ante la serena belleza de la portada plateresca del convento de San Clemente el Real. Tras ellos, una escalera de mano arrimada a la pared -utilizada por los serenos para limpiar y encender los faroles de aceite del alumbrado público- invita a la acción. Bajo una luz incierta, apoyan los largueros sobre el friso de caliza. La ligera pendiente de la calle dificulta su colocación. Por turnos, escriben con un lápiz sus nombres en la piedra; luego, se abrazan emocionados para celebrar el acto y marchan.

Uno de aquellos jóvenes es Gustavo Adolfo Bécquer, y el hecho pudo ocurrir en la segunda mitad de 1857, cuando su proyecto editorial de la Historia de los Templos de España, comenzado con entusiasmo unos meses antes, parece venirse abajo. Con veintiún años de edad, vive inmerso en el ambiente de la bohemia madrileña y, muy probablemente, había contraído ya la sífilis que le hizo guardar cama durante varios meses al año siguiente. De su oscuro compañero de andanzas, Yldefonso Núñez de Castro, solo conservamos -además del autógrafo- su colaboración en los Templos con el dibujo de la sinogoga de Santa María la Blanca, en la que aparece el poeta guiado por un cicerone ciego.  


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